La era digital, hace no muchos años, se preveía como un tsunami que arrasaría con todos aquellos negocios que no se apresuraran a ponerse a salvo en lo alto de un amasijo de última tecnología y modernización variada. Poco más tarde, tras el alarmismo, el tsunami no era tal y llegó a las costas como una fuerte marejada, revolviendo a su paso viejos cimientos, golpeando estructuras de poca consistencia y escupiendo a la orilla cadáveres, en otro tiempo competentes profesionales que se vieron sorprendidos y ahora no tenían la habilidad para nadar en las revueltas aguas con los nuevos equipos de salvamento digitales que les habían facilitado; absortos, se hundieron en la brecha digital sin apenas energías para más esfuerzos.
Hoy día, tras el temporal, las aguas aún siguen revueltas. La era digital ha devenido en una constante marea. Son muchos los que han sabido adaptarse al «cambio climático» de manera rápida y eficiente, pero aún hay muchos más que desde un inicio se agazaparon esperando que amainara el temporal, quedando a la retaguardia de la competencia que tomaba la avanzadilla deseando que esta fuera tumbada por una ola. Decisiones empresariales sumamente arriesgadas que pueden precipitar la desaparición de cualquier tipo de negocio independientemente de la excelencia que haya tenido, desde Kodak hasta una cadena de supermercados. Y es que la transformación digital no es ni más ni menos que cambiar el modelo de negocio y, a partir de ahí, surgen múltiples derivadas: difíciles y costosas decisiones que ponen patas arriba los business plan de la administración empresarial. Pero no quiero adentrarme hoy en el espeso tema de qué es y qué no es la transformación digital. Prometo retomarlo en una futura publicación.
Quiero centrarme esta vez en el ecosistema transformador que desde un principio he descrito como un temporal apocalíptico. La realidad es que, a día de hoy, siguen surgiendo sin cesar nuevos conceptos de innovación que abarcan cualquier disciplina y mercado, diseminándose en un abanico ilimitado de soluciones que generan más y más vértigo entre las empresas con planteamientos estratégicos conservadores que son conscientes de que deben acelerar el paso en la carrera evolutiva del cambio pero no saben muy bien en qué dirección correr.
Ante este panorama de disrupciones permanentes y crecimiento exponencial de la tecnología y la computación, observamos cómo crecen cada vez más los eventos, conferencias, jornadas, masterclasses y demás programas «formativos» para todo tipo de profesionales: de la pequeña a la gran empresa, desde el sector tecnológico al ganadero. Es el escenario ideal en el que se mueven los gurús del conocimiento y el marketing, aquellos que se alimentan de públicos paralizados y temerosos al cambio que creen que con un empujoncito de información y un manojo de modernas herramientas van a arrancar el sprint hacia la excelencia digital, públicos infoxicados por cada vez más complejas y nuevas definiciones de aplicaciones digitales: big data, blockchain, machine learning, Internet of things (IoT), Data-driven, IA, etc.
Necesitan una guía, alguien que les muestre el camino, y acuden en masa a los altares de los gurús de la transformación digital, mercaderos de la tecnología a granel y consejeros que asesoran citando continuamente a Steve Jobs, repitiendo como un mantra los mismos casos de éxito, desde el nacimiento y diversificación de Facebook hasta la hegemonía de Amazon en el mercado online, pasando por el lucrativo negocio de Google con la data. Como si algo de esto pudiera servir a la necesitada hoja de ruta de transformación que se adapta su particular realidad.
Me tranquiliza pensar que, como toda burbuja, estallará más pronto que tarde, y ya son cada vez más las voces que surgen y confiesan que no hay una fórmula mágica que resuelva los procesos de transformación digital que deben acometer las empresas, que no sabemos lo que está por venir y que no podemos augurar futuros modelos de negocio de éxito. Pero sobre todo, que el problema no se va a quedar en el tejido empresarial, sino que habrá que replantear modelos educativos para que las competencias humanas estén a la altura de las posibilidades innovadoras que aporta la tecnología avanzada.